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LA SITUACIÓN DEL CAMPO ANTES. CRISIS AGRARIAS Y LUCHAS CAMPESINAS.
LA SITUACIÓN DEL
CAMPO ANTES DEL LLAMADO
PROCESO DE DESARROLLO ESPAÑOL
Aunque siempre es
tema complicado, es necesario delimitar los periodos en los que se
podría dividir la historia más inmediata de nuestro campo. Para
ello hay que señalar algunas características fundamentales que
diferencian a cada uno de los períodos.
Así, cuando
hablamos del período anterior al proceso de desarrollo nos queremos
referir a la época comprendida entre el final de la guerra civil y
los primeros años de la década de los cincuenta. Son los años del
hambre, del estraperlo, del mercado negro, ¿por qué situar el final
de esta época hacia los años cincuenta? Pues, sobre todo porque
parece que fue entonces cuando acaba el aislamiento de España
respecto al resto del mundo (110 hay que olvidar que en la primera
mitad de los años 50 se firma el primer tratado de asistencia mutua
con los Estados Unidos y el Concordato del Estado con la Iglesia) y
cuando, por primera vez, la industria cobra distancias respecto a la
agricultura y entra en su gran periodo de expansión.
Hasta esa época el
país vive encerrado en sí mismo y la economía se orienta
fundamentalmente a asegurar el abastecimiento interior y la
subsistencia de los ciudadanos. El papel, por tanto de la agricultura
es básico en esta etapa. La mayor parte de la población del país
vive en las zonas rurales: en 1950 el porcentaje de población activa
en el campo era un 47,6 por 100; superior a la cifra de 1930; 45,5
por 100. La guerra y sus secuelas habían provocado un cierto proceso
de emigración desde las zonas urbanas del Estado español hacia el
campo. Para el nuevo Estado que surgen de la guerra, el campo debía
jugar un doble papel, asegurar un abastecimiento nacional mínimo y
reforzar la agricultura tradicional.
Pero, ¿qué es la
agricultura tradicional? Es aquella en la que, tanto las materias
primas como la energía del trabajo humano y animal, se utilizan para
la producción sin necesidad de recurrir (en lo fundamental) a ayudas
externas. Del mismo modo, la gran mayoría de los artículos que se
consumen provienen de la propia producción más que del exterior.
Así, por ejemplo,
apenas se utiliza en esta época el fertilizante artificial. Los
campos se abonan con estiércol. De igual modo, no se compra la
semilla fuera de la explotación, empleando en la siembra una parte
del producto de la última cosecha.
La agricultura
tradicional no está orientada al mercado ni a la obtención de un
beneficio económico. Se produce más para consumir en casa que para
vender. Es una forma de transición entre dos maneras de organizar la
producción económica. Entre una época feudal en la que predominan
las relaciones entre los grandes señores y los siervos y otra época
que podríamos llamar capitalista, cuyas características principales
son, como antes decíamos, la orientación al mercado y la obtención
del máximo beneficio.
Pero a pesar de
constituir una forma económica de transición, un aspecto
fundamental de la agricultura tradicional es su estabilidad. Todas
las características que la componen tienen un gran equilibrio entre
ellas. La existencia del latifundio y el minifundio es un claro
ejemplo de dicho equilibrio: no podrían existir el uno sin el otro.
Diferencias entre el
latifundio y minifundio
El latifundio, ya en
esta época, tiene unas características más propias de la
producción capitalista que de otro tipo de producción, aunque su
nivel técnico sea bajo. En cambio, el minifundio responde a los
últimos restos de un sistema de organización anterior en franca
descomposición. ¿Por qué mantenemos la anterior afirmación?
Quizás pueda explicarlo mejor la diferencia clara a tres niveles
entre el latifundio y el minifundio.
a) En tanto que en
la gran explotación predomina el trabajo asalariado —y los bajos
jornales son además causa fundamental que explica el retraso de la
mecanización-, en el minifundio, la fuerza de trabajo la compone
mano de obra familiar.
b) El latifundio
está abierto al mercado en las diversas zonas del país; en cambio,
la pequeña explotación familiar apenas guarda relación con el
mercado, ya que está orientada al autoconsumo.
c) Mientras el
latifundio tiene como objetivo de la explotación conseguir un
beneficio máximo, el del minifundio es obtener la máxima producción
posible, para satisfacer mejor las necesidades sentidas por el grupo
familiar.
Relaciones entre
latifundio y minifundio.
Aparte de las
diferencias señaladas, existen algunas relaciones entre latifundio y
minifundio que aclaran lo que antes decíamos respecto a las
necesidades mutuas de ambos tipos de explotaciones.
En efecto, el
latifundio necesita mano de obra para llevar a cabo su explotación.
Mano de obra que sólo podrá encontrar en las explotaciones
minifundios.
Por su parte, el
pequeño excedente que el productor minifundista puede obtener,
generalmente lo colocará en el mercado a través del latifundista.
Esto es lógico, ya que en esa etapa sólo la gran propiedad tiene
posibilidad de asegurar eficaz comercialización de los productos.
El minifundio se
vincula además al latifundio a través de una serie de servidumbres
de desigual importancia. A cambio de ciertos pagos, el minifundista
podrá utilizar los primeros medios mecánicos que tiene el
latifundio, así como otros medios de producción. De igual modo,
recibirá del gran propietario las semillas necesarias para la
producción y, eventualmente, pequeños prestamos monetarios. De esta
forma, el latifundio en ocasiones actúa como banca.
Por último, el
minifundio depende también del latifundio en cuanto a la obtención
de ciertos servicios personales. El gran propietario resuélvelos
problemas de medicina, enseñanza y «papeleos» que agobian al
pequeño. Con ello, contribuye además a afianzar la sociedad
tradicional, basada en relaciones paternalistas, casi feudales.
Para finalizar, es
preciso hacer una consideración obligada. Y es que aunque, en la
etapa que analizamos, la contradicción latifundio-minifundio es la
predominante, esto no quiere decir que sea generalizable en sentido
estricto a todo el país, ni que se dé de la misma manera en todas
las regiones.
Descritas las
principales características de la agricultura tradicional, podemos
preguntarnos cuáles son las razones que consolidan y dan fuerza a
este tipo de agricultura. Entre un conjunto de causas o razones,
podemos distinguir tres:
1. La primera
hace referencia a la situación general del país. En los años de
escasez por los que se atravesaba, la comida de la que se podía
disponer ni era variada ni abundante. Como antes decíamos, se
intentaba asegurar la subsistencia de la mayor parte de los
ciudadanos. Como consecuencia, la producción debía adaptarse a la
demanda de los individuos, y dedicarse, por tanto, a la obtención de
pocos artículos, aunque en gran cantidad. Y así en esta época
abundan las explotaciones dedicadas a cereales y leguminosas, además
de algunos productos clásicos —olivo, vid.- -, en perjuicio de
otros productos agrícolas o ganaderos de más calidad.
2. La segunda
causa a considerar es la población. La gran abundancia de
trabajadores agrícolas fomentaba el mantenimiento de la estabilidad
de la agricultura tradicional. En la medida en que hubiera exceso de
mano de obra, los salarios habrían de tender a la baja. Y cuando los
salarios son muy bajos, no compensa cambiar la mano de obra por
maquinaria. Para el gran propietario que debe contratar mano de obra,
resultará más rentable un elevado número de trabajadores a bajo
precio que un proceso de reconversión y tecnificación de su
explotación. Como se ha afirmado, «cuanto más bajos sean los
salarios, más difícil será la introducción de máquinas». Por su
parte, la pequeña explotación tiene siempre mayores dificultades
para emprender un proceso de tecnificación.
Frente a la escasa
mecanización, el ganado de labor conserva una gran importancia tanto
en su aspecto de ayuda directa a la producción, como en su vertiente
de abastecedor de estiércol.
En conjunto pues,
destaca la baja capitalización del sector y su casi nula dependencia
de los castos externos a la propia explotación. Y como lógica
consecuencia de esta situación los costes por hectárea no
disminuyen aunque aumente la superficie de explotación. Es decir,
los costes por hectárea son iguales para el agricultor pequeño que
para el grande.
3. Junto a las
razones anteriores es preciso considerar una más: la política
agraria. Como antes decíamos, sus fines principales eran asegurar el
abastecimiento y reforzar la agricultura tradicional. En la
implantación de su política, el nuevo Estado se propuso, en muchos
aspectos, volver a situaciones anteriores a la guerra civil. Para
ello decidió, por ejemplo, anular algunas de las medidas tomadas en
la zona republicana y especialmente la Reforma Agraria comenzada.
Entre otros
objetivos, la «nueva» política se propone el apoyo y la defensa de
la pequeña explotación. En el Fuero del Trabajo, una de nuestras
leyes fundamentales, que se publicó en 1938, se recoge la siguiente
disposición: «se tenderá a dolar a cada familia de una pequeña
parcela, el huerto familiar, que le sirva para atender a sus
necesidades fundamentales y ocupar su actividad en los días de
paro.»
Claro que la defensa
de la pequeña propiedad ocultaba en muchas ocasiones otros
intereses. Así, esa política de precios, conservadora y
proteccionista. con el pretexto de apoyar a las pequeñas
explotaciones, favorecía el cultivo de productos tradicionales
—trigo, olivo, vid, etc.-, y por tanto al mismo tiempo beneficiaba
a los sectores que controlaban el mercado negro y la venta de tales
productos. De igual forma, aseguraba la obtención de grandes
beneficios en la gran propiedad y la consiguiente acumulación de
capital en la misma.
Los organismos
nacidos en la primera época, como el Servicio Nacional del Trigo,
creado en 1937 y el Servicio Nacional de Abastecimientos y
Transportes —transformado en la CAT en 1938—, favorecieron esta
situación.
El primero, cuyo
objetivo era la regulación y control de los excedentes, jugó un
papel claro como organismo proteccionista. Semejante papel desempeñó
la CAT, orientada a la regulación de mercados.
Pero la política de
precios no fue la única utilizada para reformar el proceso. El resto
de las medidas de política económica, aunque de forma desordenada y
a veces contradictoria, también se orientaban a fines similares.
La política del
Instituto Nacional de Colonización, con los planes de regadío y
asentamiento de colonos, sirvió para reforzar la estructura de
minifundio.
Por su parte, tanto
la política fiscal como la crediticia se orientaron en sentido
paralelo a las anteriores. Ambas tenderían a la consolidación de
las situaciones existentes.
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