LA CUESTIÓN LINGÜÍSTICA EN LA ESTRUCTURA SOCIAL.


Reflexionando sobre esta cuestión, sobre de que manera una lengua puede llegar a transformarse en una lengua de una clase social, dentro de una cultura mas amplia que caracteriza a esta clase social, haciéndola diferente del resto de las clases sociales que estructuran la sociedad.
En esto se puede observar claramente en la lengua asturleonesa.
Como las demás lenguas peninsulares románicas, está estudiando que el latín que se impuso con el imperio romano, se fue corrompiendo paulatinamente por las clases populares favoreciendo un aprendizaje de un latín “heterodoxo”, no normativo, no clásico, cuyos “maestros” fueron una población analfabeta que difícilmente podía ser estandarizado, disciplinado y dirigido por los doctos del imperio y/o corrompido a su vez por la contaminación de su propia lengua tradicional prerrománica. Nuestras lenguas ibéricas románicas fueron creadas por las clases populares, los campusinos, los trabajadores, los esclavos, a partir de un latín contaminado, modificado y finalmente transformado en otra lengua.
Estas lenguas no se crearon de la nada ni por nadie.
La cultura vernácula de cada región, tuvo una autoría social que no pertenecía a las clases nobles y patricios, sino que fueron los campusinos, los trabajadores, los plebeyos, la mayoría social, la base de la estratificación socioeconómica en que estaba dividida la sociedad.
Con el tiempo, los nobles, el clero y los reyes viendo que su latín también se corrompía, y no servía como medio de comunicación habitual de orden y mando con sus siervos, fueron adoptando lo que hablaba el pueblo, usándola paulatinamente en la escritura.
Pero los aires cambiaron, y cambió también el poder político, que derivó a partir de Enrique de Trastámara hacia una unificación lingüística del reino que regentaba, mediante la imposición de una nueva lengua que el poder usaba, el castellano.
Entonces, los antes poderosos que usaban el asturleonés como medio dejaron de usarlo para acomodarse a los nuevos tiempos, donde el prestigio del poder del reino hablaba otra lengua forastera.
Esto supuso el aislamiento del asturleonés de los medios escritos, desapareció de la documentación de la administración y su poder, volviendo a los orígenes, de donde nunca se fue, el pueblo, del campusino.
Aquellos mismos que crearon esta lengua y la desarrollaron dentro de sus posibilidades, siguieron defendiéndola de la manera que sabían, utilizándola. Aunque debido a su analfabetismo, que sufría la mayor parte de la población, no sabían ni podían plasmarla por escrito.
A lo cual, la propia lengua identificaba a la clase campesina, y los diferenciaba de la clase dirigente.
Este mismo analfabetismo promovido desde el poder, era usado como refuerzo argumentativo para el desprestigio social contra el asturleonés.
Esta situación fue aprovechada por los poderes para desprestigiar a la cultura campusina, con la fin de controlar socialmente al pueblo, el cual asumiese con más aquiescencia y sin rebeldía, su papel de subordinado en la infraestructura como clase social dependiente económicamente en la propiedad de los medios de producción como en la superestructura, asumiendo del descrédito y la desvalorización de su propia cultura y lengua, hacia un proceso de aculturización, para así adoptar acriticamente los valores de los nobles, burgueses, clero y reyes.
Por todo esto, defender ahora mismo nuestro patrimonio lingüístico, estudiarlo, no solamente valoramos una herencia cultural para que siga existiendo, sino también buscamos enorgullecernos de nuestras raíces campusinas y de trabajadores que protegieron en sus pueblos su cultura a pesar de la marginalidad frente a la cultura oficial de la administración.
El que el patrimonio eclesial sea defendido a capa y espada, aunque solo sea de manera proclamación y alegato, sin dubitación alguna; mientras que nuestro patrimonio intangible como es la lengua, siga despreciada y obviada, nos hace pensar de la persistencia de las explicaciones históricas anteriormente escritas; en el que la cultura de los poderosos, siendo la institución de la Iglesia uno de los poderes más importantes del Estado, no se escatiman esfuerzos para ser cuidado, mientras que la cultura popular y tradicional de los trabajadores y campusinos, sigue sin ser amparada incluso vilipendiada, siendo como mucho tratada como una cuestión etnográfica, museística que lo conserve en “formol” como algo muerto.
Claramente, el uso y la solidaridad comunicativa en nuestra lengua tradicional que se realizó hasta ahora, recientemente no fue mas allá de lo local, y sin intención alguna de hacer política lingüística, teniendo asumido muy claramente la propaganda oficialista que desprestigiaba como inculta, paleto a nuestra cultura.
Por eso, se ve de buen grado, como en el estatuto de autonomía se declara la necesidad de una protección del asturleonés y el gallego, al formar parte de nuestro patrimonio intangible, pero este articulado tiene que desarrollarse rapidamente para que no se pierda en saco roto, por esto, necesitamos una legislación que ampare nuestra cultura y nuestra lengua tradicional.

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